En alguna
ocasión me hice una pregunta existencial: ¿qué me pasaría si pierdo la memoria?
La sola idea me aterró. ¿Se lo han preguntado ustedes? Si tienen vena
escritora, me parece que sería interesante que generaran un texto donde se
planteen qué pasara si ustedes mismos o uno de sus personajes simplemente
perdiera la memoria. A mí las palabras se me escaparon de las manos, del
teclado… no parecía encontrarlas porque no había forma de decir ni expresar que
todo había desaparecido. Así que aquí está mi versión de lo que le habría
pasado a mi personaje.
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Tomó el bolso y salió de la casa con la
idea fija de que algo tenía que hacer fuera, sin saber exactamente qué. No
había nadie en casa, pero era lo normal en un día laboral, así que cerró con
llave y se puso a andar a paso firme, haciendo sonar sus botas a cada paso que
daba. Por una vez no se topó con nadie conocido, lo que le alegró el día. Al
llegar al centro de la ciudad miró a todos lados, confundida. En ese momento
notó que los pantalones le quedaban flojos, que el suéter que llevaba era
innecesario ante el sol radiante y que le escocían los pies. Decidió regresar a
casa, a cambiarse y volver más tarde. Le pareció lo más natural, lo lógico.
En cuanto llegó a la
casa, notó que la chapa de la reja estaba abierta, que los cacharros que solía
haber bajo la ventana habían sido movidos, las plantas se veían de alguna forma
diferentes. Con temor a encontrar dentro bandidos o algo parecido, abrió la
puerta y se topó con un verdadero espectáculo. Todos los muebles tenían una
disposición diferente, las cortinas eran de otro color, no había señales del
gato; pero lo peor fue encontrar a su familia, viéndola detenidamente con cara
de estupefacción. Su madre corrió a abrazarla con lágrimas en los ojos y la voz
entrecortada. Su hermana cargaba una niña de casi dos años, quien no parecía
conocerla de nada.
–¿Dónde estuviste? ¿Qué
te pasó…? Gracias a dios que estás bien –decía su madre sin soltarla del todo
mientras ella la miraba extrañada.
Pasaron unos momentos
de confusión en los que nadie entendía nada, mucho menos ella. Miró todo, sin
comprender. La situación se agravó cuando su hermana habló.
–Tenemos que hablar a
la policía… ¿Segura que estás bien?
–¿Y a la policía para
qué? –logró articular al fin.
–¡Pues para decirles
que apareciste! –le gruñó su hermana.
–Pero si sólo fui al
centro, no entiendo cuál es el problema.
–Graciela… estuviste
desaparecida más de un año.
Todo
empezó a dar vueltas. El aluvión de preguntas que siguió no le ayudó en nada,
ni la revisión médica ni las promesas de protección de la policía. Ella solo
quería saber qué había pasado.
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