Además
de los cuentos que periódicamente subiré he decidido que también agregaré en
este sitio algunos de mis poemas, en principio los que están recopilados en mi
libro La cabaña. Ese libro es un poemario
que escribí el año pasado y al cual le dediqué gran trabajo porque hacía mucho
tiempo que no escribía poesía. En realidad la poesía fue lo primero que empecé
a escribir a la tierna edad de diez años. No conservo nada de aquellos
escritos, lo que me parece una pena. Sería muy divertido para mí ver qué es lo
que consideraba poético por aquel entonces. Ahora he cambiado por completo,
pero quién sabe, tal vez la inocencia habrá hecho más bellos mis textos. Nunca
lo sabré. Por ahora les dejo tres de mis poemas actuales.
Amanecer
Suave murmullo que se eleva al cielo,
fino deslizar de campanillas silvestres
que inundan mis sentidos sin identificarse.
¿Qué es ese canto, elixir de la mañana?
¿De dónde provienes, risa matutina?
¿A quién tus liras invocan en este glorioso día?
El cielo cobalto sin nubes enmarca
al colibrí irisado que revolotea entre
aves de paraíso fragantes
y rosales silvestres.
El rocío se evapora en nubes algodonosas
al son de la melodía de esos insectos
que con suave música me han despertado
del sueño y del recuerdo de sus besos.
Canto
Suena su voz a cada instante;
mucho antes del alba, mientras deambulo
en la vigilia incesante de mi alma atormentada.
La mañana aterciopelada
acumula cada giro de su risa, cada cadencia
multiplicando los ecos en las hojas de pino
ondulantes por el viento que sibila.
Vuelve, vuelve, vuelve...
El sonido gutural estremeciendo mi cuerpo;
ya es medio día y le escucho en todas partes
es omnipresente, ruido eterno,
canto etéreo.
Y siempre el mismo son de nostalgia perdida
sé que algo quiere decir,
algo trascendental o un simple adiós;
más no lo logro descifrar,
no en esta tarde radiante de añoranza de él
y de los días de sus lunares en mi piel.
Trina aquí y allá en repetido eco el sonido
pues no es uno sino múltiples
los gallos que dan voz a su recuerdo.
Dulcinea
Sinuosa, trepas hábilmente por la cama
te arrastras –cadenciosa– con mirada intrigante;
daría cada uno de los destellos de la luna
y aún un poco más por saber
qué ocultan esos ojos celestes.
Tu tálamo podría ser cualquiera,
no discriminas entre Quijotes o Sanchos
pero tu vientre es un yermo.
Visitante asidua del reino de Morfeo,
temor de pájaros y lagartijas
que en las tormentas espera que
la lluvia se convierta en suave goteo.
Criada entre adultos,
les rehúyes a los niños;
caprichosa y altanera,
mi fiel compañera.
¿A qué juegas en las noches de cacería?
Corres, libre de ataduras humanas
hueles las hierbas, comes insectos:
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