23 may 2021

Álvaro Cancino Ziranda, el poeta del pueblo

En está ocasión les voy a hablar de un poeta y amigo que es integrante del Colectivo Colibrí, y a quien conocí gracias a este grupo que se formó por medio de Gabriel Aguilar Ramírez. Álvaro es una persona bastante amable, sencilla, de buen trato. Por si fuera poco, su poesía es así también: clara, directa, sin decoraciones rimbombantes ni pretensiones intelectualoides. Es precisamente por ello que agrada al lector en cuanto se toma uno de sus libros. En sus textos se puede observar el aprecio por los temas bucólicos, el amor y reminiscencias de la muerte. Es decir, Álvaro tiene unos versos sencillamente variados que son enriquecedoramente bellos. La simpleza de su pluma le da un aire fino y pulcro que se agradece. Demuestra que no hay que ser un erudito para ser un buen escritor. 

Su estilo métrico recuerda al habla popular, ayudado de los regionalismos de la zona, lo que es algo realmente difícil de reproducir en la palabra escrita. De esta forma, Álvaro nos hace sentir que estamos escuchando a alguien hablando pero de forma musical, haciendo que los sentidos se deleiten con sus versos. Su narrativa es de lo más original, ya que con los giros propios de Cahulote y sus alrededores hacen al lector darse un respiro de la ajetreada ciudad y todo el smog que eso conlleva. La virtud de su pluma es digna de los grandes escritores bucólicos y su particularidad lo hace aún más especial porque textos como los de Álvaro son muy difíciles de encontrar.

Breve semblanza del autor

Nació el 5 de noviembre de 1956 en la tenencia de Cahulote de Santa Ana, en el Municipio de Turicato. Sus padres fueron el señor Tiburcio y la señora Alicia, siendo el octavo hijo de dieciséis hermanos. Ha sido agricultor y cañero desde 1975 y comenzó a escribir desde 1990 pero no se ha limitado a la poesía, puesto que ha publicado en el periódico “Tacamba” de Tacámbaro, Michoacán desde el 1 de septiembre de 2007. Ha leído su obra en el centro cultural “Roberto Owen” y ha participado en programas de radio en “Radio nicolaita”. También ha publicado sus cuentos de “El cola fiada” y otros en la revista de literatura “Inchátiro”.

Actualmente se desempeña como cronista de Turicato. De él escribe la profesora Eva Tapia, el poemario Sentimientos del alma de la autoría del poeta, lo siguiente:


la creatividad poética de Álvaro Cancino Ziranda no puede perderse ya que está presente en todos los elementos de la naturaleza: la tierra, el agua, el viento y el fuego (…) vierte conceptos con los que conforma una armoniosa y rítmica sinfonía, donde las palabras están acompañadas por la música de los grillos así como de la musicalidad del agua en la fuente, en la libertad del río, en la majestuosidad del mar, así como el aguacero que permite la germinación de la semilla; también están los compases del ulular de la lechuza y en el vuelo poderoso del águila, así como el de las hormiguitas aladas, que pretenden llegar al cielo todo esto a la luz de miríadas de alumbradores (3, 2010).

A continuación reproduciremos un cuento y algunos de sus poemas para que tengan un panorama más amplio sobre el escritor.

Alfredo

“Cualquier semejanza con la realidad, etc., etc.,”

Reflexionando sobre el pasado de Alfredo concluí en que su debilidad por las faldas fue innata, y derivadas también por el incidente aquel que se suscitó en el corral de su casa cuando contaba con escasos cinco años y pretendía, con un pedazo de riata, lanzar un potrillo pretencioso y esquivo que lo regalaba a atraparlo, sólo que el lazador no supo ni a qué horas se le situó a medio metro de las patas largas del trotón, mismas que accionó de manera certera contra la humanidad de “fello”, que cayó al suelo todo “atarcado”, pues el golpe le dio de lleno en el estómago, llegando a perder incluso el conocimiento.

Cuando volvió en sí, lo hizo en circunstancias de lo más extrañas, ya que casi lo cubrían del todo unas enaguas –era costumbre en esos casos, cubrir así a la víctima de algún golpe–, a pesar de todo Alfredo, debajo de aquel “garrero”, se sintió badajo en medio de una campana, de lo que sí estaba seguro era de que ahí olía algo raro.

Su infancia fue como cuento de hadas, pues creció en el centro de media docena de primas bien dotadas a pesar de su corta edad, las mismas que se disputaban el derecho de abrazarlo y darle incluso el “pecho” cuando jugaban al “papá y a la mamá”, y él, pues nomás se dejaba querer, lo que nunca olvidaría era ese gusto a mugre y a sudor que tenía el pechillo de una de sus primas que a duras penas era una promesa y que, a pesar de todo el chupeteaba con fruición porque en sus juegos infantiles a ella le tocó ser la “mamá”.

Por esos días, uno de sus hermanos mayores llegó con su novia, a la que acababa de sustraer de un poblado vecino, con fines matrimoniales, recibiendo una reprimenda de su señor padre que al increparlo le dijo: “yo creo que comiste ansias, a ver, no tienes donde meterla”, a lo que contestó de manera cándida Alfredo, “pos por eso mismo apá”.

Por esos días, el “novio” trabajaba con una carreta tirada por una yunta de bueyes, llevando caña al ingenio de Puruarán y Alfredo era el “lonchero”, trabajo que lo tenía “hasta la madre” porque la cuñada, en el arte culinario –como decimos por acá–, “no capaba un gato”, porque todos los días le mandaba a su hermano huevo frito con reopollo, de lo cual “fello” también participaba, de tal modo que, carretero y “lonchero” siempre padecían de “curseras”.

En qué cabrones estaría pensando Alfredo aquella ocasión tan desafortunada en que la señora de los “huevos con repollo” planchaba la ropa con aquellos artefactos de puro fierro calentados en un comal, que parecía sucumbir ante las llamas crepitantes; la mesa donde se planchaba tenía un mantel en derredor que casi llegaba al piso, esta coyuntura la aprovechó “fello” para perderse bajo la mesa con aviesas intenciones; mientras la planchadora laboraba, platicaba con su suegra y otras tres señoras que estaban de visita, las cuales fueron agasajadas con un buen puño de “ponte duro” conocido también como “pedos de arriero” hecho a base de maíz tostado y piloncillo, volviendo a lo de “fello”, al que dejamos debajo de la mesa donde se planchaba, ¡no se le ocurrió investigar, mediante el tacto lo que tenía justo en medio de las piernas la cuñada! Panorama que admiraba impune y acuciosamente pero sin morbo, he de creerlo así pues apenas contaba con seis años.

En un momento dado, fue metiendo la mano sigilosamente, poco a poco, poco a poco entre las piernas de la chica, sólo que a unos centímetros de su objetivo, la señora junto sus piernas, apresando entre ellas la mano traviesa y precoz de Alfredo, mientras que se dejaba escapar el grito de terror que se escuchó en todo el Cahulote. ¡Un alacrán! Para esto “fello” salió despavorido de su escondite, mientras su madre, intuyendo lo ocurrido, le alcanzó a aventar un zapato al chamaco que le pasó zumbando por las orejas a la vez que le decía ¡o verás hijo de tu pinche madre!

Ya con un par de años más recordaría cuando su padre le “quebró” el hocico ¡y todo porque le “encantaba” la pinche calle –según decía su progenitor–, y pasó que, un borracho le dijo un día: “fello” a tu jefe le gustan las poesías, te voy a enseñar una pa’ que en cuanto llegues, se la digas a tu apá.

Fíjate bien: “muchachitas del rinchón, ya llegó la luna nueva, prevengánse el jabón, pa’ que se laven la cueva”, y como hizo como dijo el borracho, le fue como en feria.

Del archivo de los recuerdos, empezó a desempolvar aquellos que conservaba nítidos a pesar de la incuria del tiempo, resulta que contaba ya con trece años cuando llegó a la casa paterna un numeroso contingente que venía del rumbo de “la cañada”, y que era pura parentela por parte de su mamá; entre esta gente venía una mocita de su “rodada”, bien formadita a pesar de sus trece años.

Por esos días “fello” estaba malo grande de una gripa que lo tenía como borracho debido a las altas temperaturas. Cuando llegó la noche y que hubo que acomodar a la numerosa visita se le ocurrió a la mamá de “fello” acostar a la chica en su misma cama, sólo que, previniendo un posible desaguisado puso una almohada en medio de los chicos, temprano se apagaron las luces, la noche fue transcurriendo y en las camas, casi todas con sobrepeso se estremecían por los ronquidos de los “bellos durmientes que parecían ollas de pozole en plena ebullición”, y “fello” estaba tan, pero tan malo que cuando cerraba los ojos sentía que se hundía en un abismo negro y profundo, a la vez que lo atacaba un escalofrío que le hacía castañear los dientes con un temblor incontrolable.

Pese a todo, sintió clarito cuando se empezó a mover la almohada que lo separaba de aquel “pimpollo” que compartía su cama; de pronto sintió una mano trémula y avariciosa que le toqueteaba “ahí”, donde las arañas, etc., etc., mientras que, ya sin ropa la chica se le subió encima –resoplando de ardor–al pobre “fello”, todo lo que se podía antojar en ese momento, menos “eso”, dada la gravedad que padecía. Como no hubo ninguna respuesta a sus requerimientos, la chica se mostró ofendida y desencantada; y le agarró tremendo agravio a “fello”, que se quedó, como dicen los rancheros: “como buchona”, esto es: “con ganas de verse las chichis”.

Cuando estuvo más o menos bien, ahora si retó a la ardorosa chica, que de todos modos le contestó con silbante rencor: “¡con joto que no fueras!”.

 

Hostil

 

Por su ritmo febril

por su asfalto sombrío,

por su smog y su frío,

la ciudad me es hostil.

 

De complejo fabril

y de vida agitada

a vivir ¡para nada!

el ambiente es hostil.

 

Con su sol de ictericia

y una luna enfermiza,

por su vida de prisa

la ciudad me es hostil.

 

No hay un ave canora

ni bondad, sí interés,

gente enferma de estrés

que enloquece y que llora.

 

Todo aquí, indiferente,

Se recela y se duda

¡casi nadie saluda,

va deprisa la gente!

 

¡Yo me voy porque sí,

ya estoy harto del ruido

donde siempre he vivido,

mi lugar es aquí!

 

¡Donde soy como un rey

porque tengo una hamaca,

un corral y una vaca

y mi perro “El kulei”!

 

A mi muerte


Si tocas a mi puerta, a nada mía
sabré que mis tristezas terminaron,
que en el mar del silencio naufragaron
mis ansias de vivir, mis alegrías.

 

No me voy a rehusar, toma mi mano,

hazme sólo un favor para estar quieto,

permite despedirme de mi nieto

para viajar contigo al arcano.

 

Del momento crucial haz la demora

pues quiero despedirme del amigo,

de mi madre, las flores y el mendigo

de amores del ayer, de mi señora.

 

Deja decir adiós a las abejas,

a las aves, los nardos, los pericos;

que borre del recuerdo de mis chicos

mis regaños, mis penas y mis quejas.

 

Detén, pon un segundo tu guadaña,

pues quiero solazarme del paisaje,

me llevo su belleza en mi equipaje

y el siseo misterioso de la caña.

 

¡Después que venga el final

pues ya presiento mi ocaso

y arrúllame en tu regazo

con abrazo fatal!

 

¡Hoy no hay poesía!

 

No puedo complacerte vida mía,

no sé ni dónde tengo la cabeza,

me embarga la amargura y la tristeza,

no sé ni de soneto ni poesía.

 

Te ofrezco una disculpa y mil excusas,

soy presa del desgano, ya no río,

hacer un solo verso es desafío,

presiento que emigraron ya las musas.

 

Me apenan los rosales florecidos,

las flores del jardín, que se calcinan,

las aves enmudecen, ya no trinan,

sólo claman los pollos en sus nidos.

 

Arrasan con los pinos, quedan pocos,

el viento es ululante, en los caminos

azotan los feroces remolinos,

los ciclones, tomados y sirocos.

 

No pidas que me alegre y que me ría

ni monte convirtieron en desierto

no cabe la alegría donde hay un muerto

lo siento corazón, ¡hoy no hay poesía!

 

Si salgo a caminar lo hago sin prisas,

me agobia este futuro tan incierto,

enfrente un panorama todo yerto,

mi bota se hunde toda entre cenizas.

 

No dejo de sentir melancolía

por esto se me estruja el corazón,

espero me concedas la razón

no puedo complacerte, ¡hoy no hay poesía!

 

Desolación

 

A mi padre mis abuelos

le heredaron buenos suelos,

verdes montes, aire puro

y esa herencia derrochamos.

Lo grave que no pensamos,

en los hijos y el futuro.

 

Porque nunca se hizo caso,

de un problema a corto plazo

Qué, mi ancestro me heredó.

Nos despoja de una herencia

y sin asomo de conciencia

con los montes arrasó.

 

Él pensaba sin cordura

que, el dinero siempre dura

de tanto árbol que vendió.

Atentó contra la vida

hoy, la atmósfera ofendida,

la factura nos cobró.

¿Qué pasa en los manantiales,

que ya ni los animales,

de su agua quieren beber?

¡Es que está contaminada!

y no hay nadie que haga nada

de un problema a resolver.

 

El clima se ha transformado,

el monte deforestado,

no llueve como llovía.

¡En todo el mundo es lo mismo

nos invadió el egoísmo,

y el gobierno nada hacía!

 

Hoy el polvo del sendero,

cobijando va al arriero,

qué buscando el monte va.

¡Pero no hay fauna ni flora!

y el viento en la noche llora,

de impotencia y soledad.

 

Pregunta

 

Si somos fuego y Estopa

¿Qué haré con ese deseo?

pues cada vez que te veo

sale sobrando la ropa.

 

Y después de disfrutar

de aquellos besos profanos

¿Cómo le digo a mis manos

que no te pueden tocar?

 

Por eso es de preguntar

a dónde van tus suspiros

si fueron sueños guajiros

¿Por qué me fui a ilusionar?

 

Lo cierto fue este dolor

que clava en mi alma esta duda

y me pregunto esta cruda

¿Fue parranda de amor?

 

Amor que se me clavó

al pecho como una estaca

y hoy la maldita resaca

la factura nos cobró.

 

Portadas de los libros de Álvaro Cancino Ziranda


Entre dichos y poesías

Sentimientos del alma


BIBLIOGRAFÍA

Cancino Ziranda, Álvaro (2010). Sentimientos del alma.

Cancino Ziranda, Álvaro (2012). Alfredo. En “Inchátiro”. Núm. 2.

Cancino Ziranda, Álvaro (2020). Entre dichos y poesías. Curicaueri.

 

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