23 may 2021

Gabriel Aguilar, el colibrí

 De fundador de la Inchátiro a promotor de escritores noveles

Gabriel Aguilar Ramírez es el pilar fundamental detrás del Colectivo Colibrí de Tacámbaro y debo declarar que para mí ha sido una inspiración. Sin él, muchos de los colegas no habríamos publicado en la revista “Inchátiro” pero no sólo eso, no se habría formado el grupo de amigos que hoy conformamos y gracias al que se han gestado proyectos tan importantes como el Encuentro de Escritores de Tacámbaro que se inserta en la Feria Intercultural de Tacámbaro (FILIT) que ya lleva varios años. De este grupo hoy en día se está gestando un nuevo proyecto que se pretende será un Coloquio que cobijará a escritores de la región, pero todo esto no habría sido posible sin la congregación y unión de los amantes de la pluma tacambarenses.

Hoy somos un grupo fuerte y unido gracias Gabriel, quien tuvo la visión de reunirnos a través de “Inchátiro” en un primer momento y luego en un colectivo. Somos fructíferos pero nadie tan aclamado como el colibrí por excelencia, quien también tiene un grupo musical llamado El colibrí del lado izquierdo donde funge como cantautor. Sus canciones hablan de la vida, de la muerte, de personajes famosos de Tacámbaro, del amor, de todo un poco y en un estilo terracalenteño. Ha ido ganando fama entre los tacambarenses y ahora tiene su debido reconocimiento; se ha presentado con su grupo a nivel estatal, nacional e internacional, dejando huella por donde pasa.

La obra literaria del colibrí

Pero la producción de Gabriel no se limita al ámbito musical, sino que también tiene producción literaria. Sus textos tienen cierta irreverencia mezcalera que incitan al lector a contagiarse de su jocosidad. Sus personajes son descarados, típicos de la ciudad que en lugar de nombres llevan apodos clásicos y que más de alguno puede reconocerlos pero que no por ello debe dejarse llevar creyendo que son personas reales, el lector debe recordar que al autor no debe creérsele nada a pie juntillas: el autor es un mentiroso y crea caricaturas de la realidad.

El estilo de Gabriel Aguilar

Su narrativa es fluida, de una lectura fácil y entretenida que invita al lector a seguir leyendo y deja un regustillo alcohólico que agrada sobre todo a aquellos que no bebemos porque nos recuerda el rito a baco. De Fárrago me comentó el propio Gabriel que era un libro inconexo, como la palabra lo indicaba, lleno escritos raros e ideas borrosas. Nada más alejado de la realidad: es un libro con mucha técnica y bien pensando. Su poesía, por otro lado tiene temas muy variados que en muchas ocasiones toma por inspiración a las mujeres para hablar del amor y los placeres del tálamo que no siempre es nupcial y uno de sus tópicos recurrentes son las mujeres de los prostíbulos, ya bien sea por enaltecerlas o por darles un lugar en la sociedad. El campo también aparece en sus poemas, quizá por el tiempo en que trabajó como guarda forestal; la música, sin lugar a dudas tiene un lugar importante en sus trabajos y no puede dejar de aparecer en sus libros donde se encuentran sus canciones.

Sobre él autor

De Gabriel hemos de decir que nació el 4 de marzo de 1961 en Tacámbaro, que se trata de una persona afable que tiene un carácter bastante amable y risueño. Es un amante de la lectura siendo sus preferidos José Rubén Romero, Gabriel García Márquez, William Faulkner y T. S. Eliot. Su biblioteca es amplia y variada, pero no sólo cuenta con libros físicos puesto que constantemente está buscando información en la red. Actualmente ostenta el cargo de cronista de la ciudad de Tacámbaro. Reproduciré algunos de sus textos a continuación. 

El gallo de don “Jillo”

Era domingo por la mañana. En el jardín municipal, dos guaches que eran hermanos caminaban apresurados caminando por el pajarero, ese señor que es típico en todos los pueblos, siempre cargado de jaulas llenas de aves canoras, cenzontles, jilgueros, primaveras y pericos de la Huacana; buscaban interesados todos los ángulos de la plaza, preguntando a los amigos conocidos.

Después de un rato de espera apareció en la entrada del mercado, los chamacos corrieron y preguntaron por el águila de la que les había hablado días antes. Les señaló una jaula, se acercaron y vieron al ave rapaz que se encontraba en el fondo. Su pico corvo, sus poderosas garras, la inmovilidad y a pesar de estar herida mantenía una mirada fría y serena sobre su entorno, como si el mundo no tuviera importancia, lo que hacía recordares que es un implacable perseguidor de su presa, prototipo de las aves de rapiña.

Los chicos la observaban por las rejillas, asombrados de su tamaño y de los fulgores de ferocidad que irradiaban sus ojos, se movió hacia los boquiabiertos muchachos que instintivamente se retiraron y emitió el sonido peculiar de las águilas.

–¿Cuánto cuesta así como está? –fue la pregunta de los guachillos.

–Cien pesos, vale mucho más, pero como son mis amigos se las dejo así de barata, nada más cuídenla bien y tengan cuidado con ella –dijo el pajarero émulo de papageno.

–No traemos tanto dinero –replicaron suplicantes los mozalbetes.

–No se apuren, ahí me pagan poco a poco –dijo preparando la jaula para dárselas; luego me traen la jaula.

Salieron corriendo rumbo a su casa con la jaula cargándola entre los dos, su cara era pura felicidad. Entraron armando una algarabía y la llevaron al patio para ponerla en un viejo guayabo que le robaba rayos al sol.

Le prodigaron cuidados y cariño, y fueron ganándose la confianza del ave que siempre conservó su independencia, a pesar de estar atada su pata con una cadena a una rama. El ala ya nunca la pudo utilizar normalmente, pero conservaba su instinto animal salvaje que se hacía notorio siempre que veía una posible presa.

Don “Jillo”, el padre de los chiquillos, tenía un gallo de pelea blanco como las nubes de primavera, como Platero, el borrico de Juan Ramón Jiménez, estaba realmente orgulloso de la estampa y gallardía que presentaba cuando lo pastoreaba. Lo había comprado siendo un polluelo en el pueblo de Puruarán y no perdía ocasión de enseñarlo y presumirlo a sus amigos cuando lo visitaban.

–Este gallo es un campeón –decía don “Jillo” mientras acariciaba el plumaje del gallo y lo miraba comer los alimentos balanceados más caros de esos tiempos–. Difícilmente habrá un partido para su altura aquí en Tacámbaro.

Le llevaban algunos gallos para toparlo y siempre salía victorioso de las escaramuzas, inflamando de orgullo al dueño que no cesaba de hablar del animal: en el almuerzo, en la comida, en la cena y a veces hasta dormido; su gallo por aquí y su gallo por allá. Sus hijos se preguntaban si realmente era muy bueno para pelear, si era el “rambo” de los plumíferos heraldos del amanecer, la máquina de matar de los anunciadores del fin de la noche o simple reyezuelo chundón de los corrales.

Una tarde que no estaba “Don Jillo” los chamacos estaban acicalando a su águila y vieron en el patio al gallo haciendo la ronda a las gallinas, con el ala golpeaba el suelo y quiquirequeaba, era el rey, dueño y amante de todas las gallinas del gallinero; vestido con sus plumas brillantes, se manifestaba osado, audaz y gesticulaba al son de su magnífica estampa.

El águila lo observaba fríamente, indiferente a las excentricidades bélicas que hacía el gallo para atraer a las pollitas, con movimiento de pescuezo giraba de manera instantánea la cabeza hacia sus protectores y hacia las aves del corral, nunca perdía la ubicación del gallo fanfarrón que seguía cacaraqueando y mostrando las arqueadas y largas plumas de la cola.

–Oye, Martín –así se llamaba uno de los guaches–, ¿si será de a de veras muy chingón el gallo como dice mi papá?

–Quien sabe –le contestó el otro guache que se llamaba Virgilio– nunca deja de decir que es un campeón y que aquí no hay quien lo pueda vencer.

–¿Y crees que le pueda ganar al águila?

–Sólo probando. Si quieres los topamos tantito, nomás para ver qué pasa.

–Órale, tráetelo y los soltamos tantito.

Uno de ellos agarró el gallo y el otro el águila. Soltaron a los dos animales al mismo tiempo como a dos metros de distancia uno del otro. El gallo, impuesto a la presencia soberbia de esta reina del aire, se fue acercando con el ala arrastrando por el suelo, el águila inmóvil sólo miraba fijamente; el gallo seguía fanfarroneando, cantó con fuerza y el águila continuaba inmóvil como estatua.

En un momento, de manera vertiginosa, convertido en una saeta emplumada el gallo se abalanzó a toda velocidad sobre su contrincante que esperó pacientemente –cual estatua de Benito Juárez cuando es pintada de azul por los panistas radicales al amparo de la noche en algunas ciudades–, ya llegaba el gallo con las plumas del pescuezo erizadas y los espolones por delante, en ese momento fue cuando el águila saltó, con una pata lo agarró del pescuezo y con el pico le arrancó la cabeza que fue a caer como a tres metros de distancia del cuerpo del gallo que pegaba tremendos brincos mientras la sangre salía a borbotones pintando de rojo sus blanquísimas plumas.

Perplejos los hijos de don “Jillo” no atinaban a comprender por la rapidez de los acontecimientos.

–¿Qué pasó? –se preguntaban uno al otro mientras jalaban al vencedor de la pelea que estaba arrancándole un pedazo de pechuga al gallo sin cabeza para comerla.

–No sé, pero creo que no era tan bueno el gallo como decía papá –todavía seguían cayendo plumas blancas, parecía que estaba nevando.

–Hay que limpiar todo porque si el jefe se llega a dar cuenta nos va a dar una chinga.

Mientras limpiaban comenzaron a reírse de lo sucedido.

–No que muy bueno el pinche gallo –decían mientas barrían el patio ocultando la evidencia.

–No le duró ni un segundo al águila –más risas.

Al rato llegó su papá y lo primero que hizo fue ir a buscar a su gallo. No lo encontró con las gallinas y preguntó a sus “angelitos”, estos le respondieron que ignoraban su paradero, siguió buscando y lo único que halló fue un cuerpo destrozado y un plumero por todos lados en el fondo del corral, les volvió a preguntar a los hijos por lo sucedido, ellos levantando los hombros decían que a lo mejor habían sido las ratas.

Don “Jillo” se rascaba la cabeza tratando de encontrar una explicación lógica, y diciéndose entre dientes “a lo mejor sí fueron las ratas, pero aquí nunca ha habido ratas”.

Sus hijos nunca le contaron lo sucedió; el águila vivió otros años; ellos se fueron a estudiar a Morelia y se olvidó de lo sucedido por mucho tiempo.

Hace días iba con mi amigo Martín Marín Gonzáles por la calle y encontramos al pajarero, lo saludó, luego me contó lo narrado líneas arriba. 


Tú sabes que te amo


Hace mil mentiras que no te extraño

Desde la noche que olvidé tu nombre

Cuando mi gato ronroneó a la luna

Y tu lengua apremiaba mi partida.

 

Sólo tú sabes bien por qué te amo

En este infierno que se me duplica

Y no es tan fácil desbrozar exilios

Liberando diablos de testigos.

 

Otra vez te digo que te extraño

Dama encantadora de mirada oculta,

De voz entumecida y cuerpo de nácar

Tu abrazo ansío aquí, en mi cuarto frío.

 

«

Buscando la soldad precisa

Pasé la mano sobre mis ojos

Encontré tus suspiros extintos

En el ojo de buey de la cocina.

 

La soledad es una buena musa

Me aleja de mis detractores

Y me va acercando despacio

Al fresco olor de tu terso pelo.

 

«

Voy a romperte el alma despacio

Para que aprecies lo que yo siento

Al hacerte versos de lujuria

Que me provoca frías cosquillas.

 

Probando la miel de tus labios rojos

Desperté espantado, prontamente

Deslicé mi mano en busca del origen

Y lo encontré en tus piernas abiertas.

 

Nocturno

 

Ayer te vi pasar como un río

Con tu vestido de creciente

Todo lleno de olas y de frío

 

Y te recuerdo en los silencios

En los huecos que haces en mi sueño

En la pregunta interrumpida

 

Te recuerdo ayer como te fuiste

Con todo el rumor que da la muerte

Precipitada en nuestros cuerpos

 

Ni siquiera sé tu nombre irreal

Pero tus labios son amargos

Como invierno tu abrazo de cristal

 

Yo besé hasta el fin tu boca helada

Y sentí el fuego del olvido

Escuchando tus suspiros de agua

 

Décimas profanas

 

Los temores de la vida

Duermen en la encrucijada

La jarana está afinada

Y el mezcal dará salida

Por esta boca fluida

Que los recuerdos no fallen

Que las verdades detallen

Los hechos que sucedieron

Sin mentiras, como fueron

O que unos besos me callen.

 

Sin duda será profana

La historia que les planteo

En la pira del deseo

Será inmolada por vana

El necio siempre se ensaña

Con los que piensan distinto

Por eso haré un laberinto

De vidas entremezcladas

Aquel que atrape un hada

Viólela con vino tinto.

 

Que importa si equivocado

He pasado por la vida

Preferible a la mentira

Que vierten iluminados

Yo no vivo del pasado

Ni creo en un triste destino

Yo sigo haciendo camino

Con la décima y la escuadra

Y cuando un perro me ladra

Una tunda les propino

 

Nunca es demasiado tarde

Para comenzar de nuevo

Sin temores yo me atrevo

A decirles mis verdades

A aquel que le desagrade

Puede tapar sus oídos

Si mi canto es desabrido

Es que la paga es muy poca

Y un dulce beso desbocca

A un colibrí alicaído

 

Portadas de los libros de Gabriel Aguilar Ramírez


Colibrerías

Fárrago


 

BIBLIOGRAFÍA

Aguilar Ramírez, Gabriel (2009). Fárrago. Ediciones Michoacanas.

Aguilar Ramírez, Gabriel (s/f). Colibrerías. Colibrí Izquierdo.

Inchátiro (2012-2015). Revista mensual de arte y literatura.


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