De fundador de la Inchátiro a promotor de escritores noveles
Gabriel Aguilar Ramírez es el pilar
fundamental detrás del Colectivo Colibrí de Tacámbaro y debo declarar que para
mí ha sido una inspiración. Sin él, muchos de los colegas no habríamos
publicado en la revista “Inchátiro” pero no sólo eso, no se habría formado el
grupo de amigos que hoy conformamos y gracias al que se han gestado proyectos
tan importantes como el Encuentro de Escritores de Tacámbaro que se inserta en
la Feria Intercultural de Tacámbaro (FILIT) que ya lleva varios años. De este
grupo hoy en día se está gestando un nuevo proyecto que se pretende será un
Coloquio que cobijará a escritores de la región, pero todo esto no habría sido
posible sin la congregación y unión de los amantes de la pluma tacambarenses.
Hoy somos un grupo fuerte y unido gracias Gabriel, quien tuvo la visión de reunirnos a través de “Inchátiro” en un primer momento y luego en un colectivo. Somos fructíferos pero nadie tan aclamado como el colibrí por excelencia, quien también tiene un grupo musical llamado El colibrí del lado izquierdo donde funge como cantautor. Sus canciones hablan de la vida, de la muerte, de personajes famosos de Tacámbaro, del amor, de todo un poco y en un estilo terracalenteño. Ha ido ganando fama entre los tacambarenses y ahora tiene su debido reconocimiento; se ha presentado con su grupo a nivel estatal, nacional e internacional, dejando huella por donde pasa.
La obra literaria del colibrí
Pero la producción de Gabriel no se limita al ámbito musical, sino que también tiene producción literaria. Sus textos tienen cierta irreverencia mezcalera que incitan al lector a contagiarse de su jocosidad. Sus personajes son descarados, típicos de la ciudad que en lugar de nombres llevan apodos clásicos y que más de alguno puede reconocerlos pero que no por ello debe dejarse llevar creyendo que son personas reales, el lector debe recordar que al autor no debe creérsele nada a pie juntillas: el autor es un mentiroso y crea caricaturas de la realidad.
El estilo de Gabriel Aguilar
Su narrativa es fluida, de una lectura fácil y entretenida que invita al lector a seguir leyendo y deja un regustillo alcohólico que agrada sobre todo a aquellos que no bebemos porque nos recuerda el rito a baco. De Fárrago me comentó el propio Gabriel que era un libro inconexo, como la palabra lo indicaba, lleno escritos raros e ideas borrosas. Nada más alejado de la realidad: es un libro con mucha técnica y bien pensando. Su poesía, por otro lado tiene temas muy variados que en muchas ocasiones toma por inspiración a las mujeres para hablar del amor y los placeres del tálamo que no siempre es nupcial y uno de sus tópicos recurrentes son las mujeres de los prostíbulos, ya bien sea por enaltecerlas o por darles un lugar en la sociedad. El campo también aparece en sus poemas, quizá por el tiempo en que trabajó como guarda forestal; la música, sin lugar a dudas tiene un lugar importante en sus trabajos y no puede dejar de aparecer en sus libros donde se encuentran sus canciones.
Sobre él autor
De Gabriel hemos de decir que nació el 4 de marzo de 1961 en Tacámbaro, que se trata de una persona afable que tiene un carácter bastante amable y risueño. Es un amante de la lectura siendo sus preferidos José Rubén Romero, Gabriel García Márquez, William Faulkner y T. S. Eliot. Su biblioteca es amplia y variada, pero no sólo cuenta con libros físicos puesto que constantemente está buscando información en la red. Actualmente ostenta el cargo de cronista de la ciudad de Tacámbaro. Reproduciré algunos de sus textos a continuación.
El gallo de don “Jillo”
Era domingo por la mañana. En el jardín
municipal, dos guaches que eran hermanos caminaban apresurados caminando por el
pajarero, ese señor que es típico en todos los pueblos, siempre cargado de
jaulas llenas de aves canoras, cenzontles, jilgueros, primaveras y pericos de
la Huacana; buscaban interesados todos los ángulos de la plaza, preguntando a
los amigos conocidos.
Después de un rato de espera
apareció en la entrada del mercado, los chamacos corrieron y preguntaron por el
águila de la que les había hablado días antes. Les señaló una jaula, se
acercaron y vieron al ave rapaz que se encontraba en el fondo. Su pico corvo,
sus poderosas garras, la inmovilidad y a pesar de estar herida mantenía una
mirada fría y serena sobre su entorno, como si el mundo no tuviera importancia,
lo que hacía recordares que es un implacable perseguidor de su presa, prototipo
de las aves de rapiña.
Los chicos la observaban por
las rejillas, asombrados de su tamaño y de los fulgores de ferocidad que
irradiaban sus ojos, se movió hacia los boquiabiertos muchachos que
instintivamente se retiraron y emitió el sonido peculiar de las águilas.
–¿Cuánto cuesta así como
está? –fue la pregunta de los guachillos.
–Cien pesos, vale mucho más,
pero como son mis amigos se las dejo así de barata, nada más cuídenla bien y
tengan cuidado con ella –dijo el pajarero émulo de papageno.
–No traemos tanto dinero
–replicaron suplicantes los mozalbetes.
–No se apuren, ahí me pagan
poco a poco –dijo preparando la jaula para dárselas; luego me traen la jaula.
Salieron corriendo rumbo a su
casa con la jaula cargándola entre los dos, su cara era pura felicidad.
Entraron armando una algarabía y la llevaron al patio para ponerla en un viejo
guayabo que le robaba rayos al sol.
Le prodigaron cuidados y
cariño, y fueron ganándose la confianza del ave que siempre conservó su
independencia, a pesar de estar atada su pata con una cadena a una rama. El ala
ya nunca la pudo utilizar normalmente, pero conservaba su instinto animal
salvaje que se hacía notorio siempre que veía una posible presa.
Don “Jillo”, el padre de los
chiquillos, tenía un gallo de pelea blanco como las nubes de primavera, como
Platero, el borrico de Juan Ramón Jiménez, estaba realmente orgulloso de la
estampa y gallardía que presentaba cuando lo pastoreaba. Lo había comprado
siendo un polluelo en el pueblo de Puruarán y no perdía ocasión de enseñarlo y
presumirlo a sus amigos cuando lo visitaban.
–Este gallo es un campeón
–decía don “Jillo” mientras acariciaba el plumaje del gallo y lo miraba comer
los alimentos balanceados más caros de esos tiempos–. Difícilmente habrá un
partido para su altura aquí en Tacámbaro.
Le llevaban algunos gallos
para toparlo y siempre salía victorioso de las escaramuzas, inflamando de
orgullo al dueño que no cesaba de hablar del animal: en el almuerzo, en la
comida, en la cena y a veces hasta dormido; su gallo por aquí y su gallo por
allá. Sus hijos se preguntaban si realmente era muy bueno para pelear, si era
el “rambo” de los plumíferos heraldos del amanecer, la máquina de matar de los
anunciadores del fin de la noche o simple reyezuelo chundón de los corrales.
Una tarde que no estaba “Don
Jillo” los chamacos estaban acicalando a su águila y vieron en el patio al
gallo haciendo la ronda a las gallinas, con el ala golpeaba el suelo y
quiquirequeaba, era el rey, dueño y amante de todas las gallinas del gallinero;
vestido con sus plumas brillantes, se manifestaba osado, audaz y gesticulaba al
son de su magnífica estampa.
El águila lo observaba
fríamente, indiferente a las excentricidades bélicas que hacía el gallo para
atraer a las pollitas, con movimiento de pescuezo giraba de manera instantánea
la cabeza hacia sus protectores y hacia las aves del corral, nunca perdía la
ubicación del gallo fanfarrón que seguía cacaraqueando y mostrando las
arqueadas y largas plumas de la cola.
–Oye, Martín –así se llamaba
uno de los guaches–, ¿si será de a de veras muy chingón el gallo como dice mi
papá?
–Quien sabe –le contestó el
otro guache que se llamaba Virgilio– nunca deja de decir que es un campeón y
que aquí no hay quien lo pueda vencer.
–¿Y crees que le pueda ganar
al águila?
–Sólo probando. Si quieres
los topamos tantito, nomás para ver qué pasa.
–Órale, tráetelo y los
soltamos tantito.
Uno de ellos agarró el gallo
y el otro el águila. Soltaron a los dos animales al mismo tiempo como a dos
metros de distancia uno del otro. El gallo, impuesto a la presencia soberbia de
esta reina del aire, se fue acercando con el ala arrastrando por el suelo, el
águila inmóvil sólo miraba fijamente; el gallo seguía fanfarroneando, cantó con
fuerza y el águila continuaba inmóvil como estatua.
En un momento, de manera
vertiginosa, convertido en una saeta emplumada el gallo se abalanzó a toda
velocidad sobre su contrincante que esperó pacientemente –cual estatua de
Benito Juárez cuando es pintada de azul por los panistas radicales al amparo de
la noche en algunas ciudades–, ya llegaba el gallo con las plumas del pescuezo
erizadas y los espolones por delante, en ese momento fue cuando el águila
saltó, con una pata lo agarró del pescuezo y con el pico le arrancó la cabeza
que fue a caer como a tres metros de distancia del cuerpo del gallo que pegaba
tremendos brincos mientras la sangre salía a borbotones pintando de rojo sus
blanquísimas plumas.
Perplejos los hijos de don
“Jillo” no atinaban a comprender por la rapidez de los acontecimientos.
–¿Qué pasó? –se preguntaban
uno al otro mientras jalaban al vencedor de la pelea que estaba arrancándole un
pedazo de pechuga al gallo sin cabeza para comerla.
–No sé, pero creo que no era
tan bueno el gallo como decía papá –todavía seguían cayendo plumas blancas,
parecía que estaba nevando.
–Hay que limpiar todo porque
si el jefe se llega a dar cuenta nos va a dar una chinga.
Mientras limpiaban comenzaron
a reírse de lo sucedido.
–No que muy bueno el pinche
gallo –decían mientas barrían el patio ocultando la evidencia.
–No le duró ni un segundo al
águila –más risas.
Al rato llegó su papá y lo
primero que hizo fue ir a buscar a su gallo. No lo encontró con las gallinas y
preguntó a sus “angelitos”, estos le respondieron que ignoraban su paradero,
siguió buscando y lo único que halló fue un cuerpo destrozado y un plumero por
todos lados en el fondo del corral, les volvió a preguntar a los hijos por lo
sucedido, ellos levantando los hombros decían que a lo mejor habían sido las
ratas.
Don “Jillo” se rascaba la
cabeza tratando de encontrar una explicación lógica, y diciéndose entre dientes
“a lo mejor sí fueron las ratas, pero aquí nunca ha habido ratas”.
Sus hijos nunca le contaron
lo sucedió; el águila vivió otros años; ellos se fueron a estudiar a Morelia y
se olvidó de lo sucedido por mucho tiempo.
Hace días iba con mi amigo Martín Marín Gonzáles por la calle y encontramos al pajarero, lo saludó, luego me contó lo narrado líneas arriba.
Tú sabes que te amo
Hace mil mentiras que no te
extraño
Desde la noche que olvidé tu
nombre
Cuando mi gato ronroneó a la
luna
Y tu lengua apremiaba mi
partida.
Sólo tú sabes bien por qué te
amo
En este infierno que se me
duplica
Y no es tan fácil desbrozar
exilios
Liberando diablos de
testigos.
Otra vez te digo que te
extraño
Dama encantadora de mirada
oculta,
De voz entumecida y cuerpo de
nácar
Tu abrazo ansío aquí, en mi
cuarto frío.
«
Buscando la soldad precisa
Pasé la mano sobre mis ojos
Encontré tus suspiros
extintos
En el ojo de buey de la
cocina.
La soledad es una buena musa
Me aleja de mis detractores
Y me va acercando despacio
Al fresco olor de tu terso
pelo.
«
Voy a romperte el alma
despacio
Para que aprecies lo que yo
siento
Al hacerte versos de lujuria
Que me provoca frías
cosquillas.
Probando la miel de tus
labios rojos
Desperté espantado,
prontamente
Deslicé mi mano en busca del
origen
Y lo encontré en tus piernas
abiertas.
Nocturno
Ayer te vi pasar como un río
Con tu vestido de creciente
Todo lleno de olas y de frío
Y te recuerdo en los
silencios
En los huecos que haces en mi
sueño
En la pregunta interrumpida
Te recuerdo ayer como te
fuiste
Con todo el rumor que da la
muerte
Precipitada en nuestros
cuerpos
Ni siquiera sé tu nombre
irreal
Pero tus labios son amargos
Como invierno tu abrazo de
cristal
Yo besé hasta el fin tu boca
helada
Y sentí el fuego del olvido
Escuchando tus suspiros de
agua
Décimas profanas
Los temores de la vida
Duermen en la encrucijada
La jarana está afinada
Y el mezcal dará salida
Por esta boca fluida
Que los recuerdos no fallen
Que las verdades detallen
Los hechos que sucedieron
Sin mentiras, como fueron
O que unos besos me callen.
Sin duda será profana
La historia que les planteo
En la pira del deseo
Será inmolada por vana
El necio siempre se ensaña
Con los que piensan distinto
Por eso haré un laberinto
De vidas entremezcladas
Aquel que atrape un hada
Viólela con vino tinto.
Que importa si equivocado
He pasado por la vida
Preferible a la mentira
Que vierten iluminados
Yo no vivo del pasado
Ni creo en un triste destino
Yo sigo haciendo camino
Con la décima y la escuadra
Y cuando un perro me ladra
Una tunda les propino
Nunca es demasiado tarde
Para comenzar de nuevo
Sin temores yo me atrevo
A decirles mis verdades
A aquel que le desagrade
Puede tapar sus oídos
Si mi canto es desabrido
Es que la paga es muy poca
Y un dulce beso desbocca
A un colibrí alicaído
Portadas de los libros de Gabriel Aguilar Ramírez
BIBLIOGRAFÍA
Aguilar Ramírez, Gabriel (2009). Fárrago. Ediciones Michoacanas.
Aguilar Ramírez, Gabriel (s/f). Colibrerías. Colibrí Izquierdo.
Inchátiro
(2012-2015). Revista mensual de arte y literatura.
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